martes, 30 de diciembre de 2008

Día uno: Extraño encuentro


Día Primero:

Mientras llueve miro por la ventana y me imagino los relámpagos invisibles que cruzan el mar de nubes, deseo estar arriba y subirme a uno de esos rayos de luz y viajar hasta el centro de la tierra. La música suena, algo así como tambores, trompetas y un violín solitario que me hace despertar de mis pensamientos y recordar que ya es hora de juntarme con aquel señor que me habló el otro día en el puente...simpático el, aunque la primera impresión es bastante fuerte, con ese abrigo hasta el suelo y el sombrero que hace juego con su barba. No se porque le seguí la conversación ese día, tal vez estaba demasiado aburrido de la lluvia y no tenia nada más que hacer, o tal ves fue por otra cosa, bueno eso no me preocupa por este momento, estoy atrasado.Ya son las ocho de la noche, es invierno, hace frío, y estoy esperando al señor mientras hago figuras con el vapor que sale de mi boca...aburrido, espero. Lo veo por fin acercarse con su inconfundible abrigo y sombrero, el mismo que cubre su cara con una sombra negra...espeluznante a estas alturas. Y me saluda con un apretón fuerte y con una sonrisa cínica, ese tipo de sonrisas que te ponen los pelos de punta y me pregunto mientras trato de separar mi mano de la suya:-¿que mierda hago acá?-

En fin, el señor, que aun no tiene nombre, una porque no se lo he preguntado todavía y otra porque extrañamente el no me lo ha dicho, me invita a tomar un café al restaurant que esta al otro lado del puente, invitación que obviamente acepto, o sea, estaba muerto de frío y algo tenía que ganar de esa reunión, aunque sea un café y un pastelillo. Entramos al local, y los cuatro pelagatos que bebían junto a la televisión nos miran y se ríen entre ellos, yo los miro con cara de enojo, hoy no ando de ánimos, ellos se dan media vuelta y siguen viendo la tele. Me siento al lado de la ventana para por lo menos ver el cielo estrellado en el caso de que la conversación se vuelva tediosa. El café llega y el me dice después que unos minutos de silencio:
-Yo a ti te conozco-
-jajaja- me río despiadadamente, ya estaba aburrido y me quería ir a casa o más bien a ese lugar en el que vivo
-no, yo no te recuerdo de ninguna parte, así que estas equivocado, creo que te equivocaste de persona, lo siento, acabas de malgastar dinero en mi creyendo que era otra persona, mejor me voy, gracias por el café- le digo y después bebo de la taza rápidamente y me largo de lugar.

Mientras cruzo el puente camino a mi casa estúpidamente me tropiezo con un hoyo que había en la calle -maldito alcalde que se gasta la plata en sus campañas!!!- -¿Te ayudo?- me dice una voz familiar, miro hacia atrás y era el viejo loco que me seguía desde lejos.

-Ahhh....usted de nuevo, no gracias yo puedo solo- me levanto y me apresuro en librarme de él.
-¿porque huyes?- me dice con esa voz nuevamente escalofriante
-no huyo, usted no me conoce, ojala encuentre a la persona que busca, pero yo no soy esa persona, así que vuelva por donde vino, buenas noches-.

Ese viejo ya me había arruinado la noche, y mientras me alejo de el- o por lo menos eso creo- se me viene un antiguo recuerdo de mi niñez, y de mis andanzas en ese puente, con mi amigo, mi gran amigo Tomás, ¿porque se me viene ese recuerdo a la cabeza? A Tomás no lo veo desde hace años, desde que sus padres se mudaron lejos de aquí debido a la enfermedad de su madre. En fin, cabeza loca mía que se gasta su memoria en recordar esas cosas.

Llegando a mi casa temporal y me encuentro con Anaís, la niña de la pieza de al lado que siempre me recuerda que "mañana tengo que botar la basura", esta noche no fue la excepción:

-Andrés!- me grita con esa voz de niña dulce, niña le digo de cariño porque en realidad ya es toda una mujer.
-¡Si, si, mañana la botaré, no te preocupes, buenas noches!-le grito desde la puerta de mi pieza con la esperanza de que no me conteste alguna pesadez como siempre.

Por fin entro a mi pieza, y pongo un poco de música, la misma que escuchaba antes de salir a ver a ese señor, y yo que creía que iba a ser una velada agradable. La lluvia acabó, por fin, una semana de aguacero ya me tenían de mal genio.

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